TERCERA SEMANA DE ADVIENTO
Tercer domingo: el testimonio del Precursor
nos invita a la alegría
En las tinieblas se encendió una luz, en el desierto clamó una voz.
Se anuncia la buena noticia: el Señor va a llegar.
Preparad sus caminos, porque ya se acerca.
Adornad vuestra alma como una novia se engalana el día de su boda.
Ya llega el mensajero.
Juan Bautista no es la luz, sino el que nos anuncia la luz.
Cuando encendemos estas tres velas
cada uno de nosotros quiere ser antorcha tuya para que brilles,
llama para que calientes.
¡Ven, Señor, a salvarnos,
envuélvenos en tu luz, caliéntanos en tu amor!
¡Marana thá! ¡Ven, Señor Jesús!
III Domingo
El testimonio, que María, la Madre del Señor, vive, sir-viendo y ayudando al prójimo. Aun está latente la Inma-culada Concepción, y precisamente la liturgia de Adviento nos invita a recordar la figura de María, que se prepara para ser la Madre de Jesús y que además está dispuesta a ayudar y servir a quien la necesita. El evangelio nos re-lata la visita de la Virgen a su prima Isabel y nos invita a repetir como ella: "Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?.
Sabemos que María está siempre acompañando a sus hijos en la Iglesia, por lo que nos disponemos a vivir esta tercer semana de Adviento, meditando acerca del papel que la Virgen María desempeñó. Te proponemos que fo-mentes la devoción a María, rezando el Rosario en fami-lia, uno de los elementos de las tradicionales, el ángelus. Encendemos como signo de espera gozosa, la tercer ve-la, de la Corona de Adviento.
LA BIBLIA: para no olvidar que, si Dios viene a la tierra, es por amor al hombre. Pero ¿Cómo no vamos a olvidar si frecuentemente pasamos de largo de su Palabra? La Navi-dad, será santa, en la medida en que escuchemos el por qué y por dónde viene el Señor a la tierra.
UN VASO: para ser más sobrios en los días que se acercan. Un va-so para beber lo esencial a la fe y para no dejar que entre en él, aquello que es secundario. El consumo no es el mejor camino para adorar al Señor ni para ir a Belén.
UNOS AURICULARES: para escu-char los pasos del Señor. Para alejar-nos, por un momento, de los ruidos que nos aturden. El Señor no grita; habla, susurra… indica los caminos para encontrarle. No los impone.
“Señor, aquí estoy, tengo miedo, pero se que tu me cuidas y no me pides nada que no sea capaz de darte. Quiero confiar en ti y dejarme guiar tan solo por tus pasos... pero me pierdo en mis cosas, quiero controlarlo todo por si acaso sale mal, y me olvido que tu lo puedes todo, que no hay nada por pequeño que sea que se escape a tu mirada. Me cuesta creer que si te dejo tu me darás lo que necesito, porque conoces mejor que yo lo que me hace falta. Quiero abandonarme en tus manos y no temer nada, quiero dejar de asegurarme de todo, quiero dejar atrás mis miedos que me impiden mirarte a los ojos; porque nada es imposible para ti; porque tu estás conmigo invitándome a volar”.
nos invita a la alegría
En las tinieblas se encendió una luz, en el desierto clamó una voz.
Se anuncia la buena noticia: el Señor va a llegar.
Preparad sus caminos, porque ya se acerca.
Adornad vuestra alma como una novia se engalana el día de su boda.
Ya llega el mensajero.
Juan Bautista no es la luz, sino el que nos anuncia la luz.
Cuando encendemos estas tres velas
cada uno de nosotros quiere ser antorcha tuya para que brilles,
llama para que calientes.
¡Ven, Señor, a salvarnos,
envuélvenos en tu luz, caliéntanos en tu amor!
¡Marana thá! ¡Ven, Señor Jesús!
III Domingo
El testimonio, que María, la Madre del Señor, vive, sir-viendo y ayudando al prójimo. Aun está latente la Inma-culada Concepción, y precisamente la liturgia de Adviento nos invita a recordar la figura de María, que se prepara para ser la Madre de Jesús y que además está dispuesta a ayudar y servir a quien la necesita. El evangelio nos re-lata la visita de la Virgen a su prima Isabel y nos invita a repetir como ella: "Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?.
Sabemos que María está siempre acompañando a sus hijos en la Iglesia, por lo que nos disponemos a vivir esta tercer semana de Adviento, meditando acerca del papel que la Virgen María desempeñó. Te proponemos que fo-mentes la devoción a María, rezando el Rosario en fami-lia, uno de los elementos de las tradicionales, el ángelus. Encendemos como signo de espera gozosa, la tercer ve-la, de la Corona de Adviento.
LA BIBLIA: para no olvidar que, si Dios viene a la tierra, es por amor al hombre. Pero ¿Cómo no vamos a olvidar si frecuentemente pasamos de largo de su Palabra? La Navi-dad, será santa, en la medida en que escuchemos el por qué y por dónde viene el Señor a la tierra.
UN VASO: para ser más sobrios en los días que se acercan. Un va-so para beber lo esencial a la fe y para no dejar que entre en él, aquello que es secundario. El consumo no es el mejor camino para adorar al Señor ni para ir a Belén.
UNOS AURICULARES: para escu-char los pasos del Señor. Para alejar-nos, por un momento, de los ruidos que nos aturden. El Señor no grita; habla, susurra… indica los caminos para encontrarle. No los impone.
“Señor, aquí estoy, tengo miedo, pero se que tu me cuidas y no me pides nada que no sea capaz de darte. Quiero confiar en ti y dejarme guiar tan solo por tus pasos... pero me pierdo en mis cosas, quiero controlarlo todo por si acaso sale mal, y me olvido que tu lo puedes todo, que no hay nada por pequeño que sea que se escape a tu mirada. Me cuesta creer que si te dejo tu me darás lo que necesito, porque conoces mejor que yo lo que me hace falta. Quiero abandonarme en tus manos y no temer nada, quiero dejar de asegurarme de todo, quiero dejar atrás mis miedos que me impiden mirarte a los ojos; porque nada es imposible para ti; porque tu estás conmigo invitándome a volar”.
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