¡Dichosa tú, que has creído!Lc 1, 39-45
PARA SABER “ALGO” DE LA NAVIDAD
Para comprender el misterio de la Navidad hay un camino, pero lo ha de recorrer cada uno. No consiste en entender grandes explicaciones teológicas sino en vivir una experiencia interior diferente.
Lo primero es prepararse. Las grandes experiencias de la vida son un regalo pero, de ordinario, sólo las viven aquellos que están dispuestos a recibirlas. Para vivir la experiencia de la Navidad hay que prepararse por dentro. ¿Quieres tú conocer el misterio de la Navidad?
Si es así, ten valor para quedarte solo contigo mismo durante un rato. Busca un lugar tranquilo y sosegado. Si lo consigues, piensa un poco cómo quieres vivir estos días. ¿No podrías ser en estas fiestas un poco más paciente y cariñoso, más amable y generoso? ¿No sería ése el mejor regalo que puedes hacer a quienes te rodean?
Pero no te quedes sólo en eso. Escúchate a ti mismo. Acércate silenciosamente a lo más íntimo de tu ser. Es fácil que experimentes una sensación tremenda: qué solo estás en la vida; qué lejos están todas esas personas que te rodean y a las que te sientes unido por el amor. Te quieren mucho, pero están fuera de ti.
Sigue en silencio. Tal vez sientas una impresión extraña: tú vives porque estás enraizado en una realidad inmensa y desconocida. ¿De dónde te llega la vida? ¿Qué hay en el fondo de tu ser? Si eres capaz de “aguantar” un poco más el silencio, probablemente empieces a sentir temor y, al mismo tiempo, paz. Estás ante el misterio último de tu ser. Los creyentes lo llaman Dios.
Abandónate a ese misterio con confianza. Dios te parece inmenso y lejano. Pero si te abres a él, lo sentirás cercano. Dios está en ti sosteniendo tu fragilidad y haciéndote vivir. No es como las personas que te quieren desde fuera. Dios está en tu mismo ser.
Según K. Rahner, “esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre”. Ya nunca estarás sólo. Nadie está solo. En todos nosotros está Dios. Ahora sabes “algo” de la Navidad. Puedes celebrarla, disfrutar y felicitar. Puedes gozar con los tuyos y ser más generoso con los que sufren y viven tristes.
CREER DE OTRA MANERA
Estamos viviendo unos tiempos en que, cada vez más, el único modo de poder creer de verdad va a ser para muchos aprender a creer de otra manera. Una fe pasiva, heredada y no repensada acabaría entre las personas cultas en indiferencia, y entre las personas sencillas en superstición.
Son muchas las cosas a pensar con más rigor, pero, tal vez, lo primero es aclarar algunos aspectos esenciales de la fe.
La fe es siempre una experiencia personal. No basta creer en lo que otros nos hablan o predican de Dios. Cada uno sólo cree, en definitiva, lo que de verdad cree en el fondo de su corazón ante Dios, no lo que oye decir a otros.
Para creer en Dios es necesario pasar de una fe pasiva, infantil, heredada, a una fe más propia y personal. Ésta es la primera pregunta: ¿Yo creo en Dios, o en aquellos que me hablan de Él?
En la fe no todo es igual. Hay que saber diferenciar lo que es esencial y lo que es accesorio, y, después de veinte siglos, hay mucho de accesorio en el cristianismo actual.
La fe del que confía de verdad en Dios está más allá de las palabras, Lo que define a un cristiano no es el ser virtuoso u observante, sino el vivir confiando en un Dios cercano por el que se siente amado sin condiciones. Ésta puede ser la segunda pregunta: ¿Confío en Dios o me quedo atrapado en otras cuestiones secundarias?
En la fe lo importante no es afirmar que uno cree en Dios, sino saber en qué Dios cree. Nada es más decisivo que la idea que cada uno se hace de Dios. Si creo en un Dios autoritario y justiciero, terminaré tratando de dominar y juzgar a todos. Si creo en un Dios que es amor y perdón, viviré amando y perdonando. Ésta puede ser la pregunta: ¿En qué Dios creo yo: en un Dios que responde a mis ambiciones e intereses o en el Dios vivo revelado en Jesucristo?
La fe, por otra parte, no es una especie de «capital» que recibimos en el bautismo y del que podemos disponer para el resto de la vida. La fe es una actitud viva que nos mantiene atentos a Dios, abiertos cada día a su misterio de cercanía y de amor a cada ser humano.
María es el mejor modelo de esta fe viva y confiada. La mujer que sabe escuchar a Dios en el fondo de su corazón y vive abierta a sus designios de salvación.
Su prima Isabel la alaba con estas palabras memorables: «¡Dichosa tú que has creído!»
Dichoso también tú si aprendes a creer. Es lo mejor que te puede suceder en la vida.
Para comprender el misterio de la Navidad hay un camino, pero lo ha de recorrer cada uno. No consiste en entender grandes explicaciones teológicas sino en vivir una experiencia interior diferente.
Lo primero es prepararse. Las grandes experiencias de la vida son un regalo pero, de ordinario, sólo las viven aquellos que están dispuestos a recibirlas. Para vivir la experiencia de la Navidad hay que prepararse por dentro. ¿Quieres tú conocer el misterio de la Navidad?
Si es así, ten valor para quedarte solo contigo mismo durante un rato. Busca un lugar tranquilo y sosegado. Si lo consigues, piensa un poco cómo quieres vivir estos días. ¿No podrías ser en estas fiestas un poco más paciente y cariñoso, más amable y generoso? ¿No sería ése el mejor regalo que puedes hacer a quienes te rodean?
Pero no te quedes sólo en eso. Escúchate a ti mismo. Acércate silenciosamente a lo más íntimo de tu ser. Es fácil que experimentes una sensación tremenda: qué solo estás en la vida; qué lejos están todas esas personas que te rodean y a las que te sientes unido por el amor. Te quieren mucho, pero están fuera de ti.
Sigue en silencio. Tal vez sientas una impresión extraña: tú vives porque estás enraizado en una realidad inmensa y desconocida. ¿De dónde te llega la vida? ¿Qué hay en el fondo de tu ser? Si eres capaz de “aguantar” un poco más el silencio, probablemente empieces a sentir temor y, al mismo tiempo, paz. Estás ante el misterio último de tu ser. Los creyentes lo llaman Dios.
Abandónate a ese misterio con confianza. Dios te parece inmenso y lejano. Pero si te abres a él, lo sentirás cercano. Dios está en ti sosteniendo tu fragilidad y haciéndote vivir. No es como las personas que te quieren desde fuera. Dios está en tu mismo ser.
Según K. Rahner, “esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre”. Ya nunca estarás sólo. Nadie está solo. En todos nosotros está Dios. Ahora sabes “algo” de la Navidad. Puedes celebrarla, disfrutar y felicitar. Puedes gozar con los tuyos y ser más generoso con los que sufren y viven tristes.
CREER DE OTRA MANERA
Estamos viviendo unos tiempos en que, cada vez más, el único modo de poder creer de verdad va a ser para muchos aprender a creer de otra manera. Una fe pasiva, heredada y no repensada acabaría entre las personas cultas en indiferencia, y entre las personas sencillas en superstición.
Son muchas las cosas a pensar con más rigor, pero, tal vez, lo primero es aclarar algunos aspectos esenciales de la fe.
La fe es siempre una experiencia personal. No basta creer en lo que otros nos hablan o predican de Dios. Cada uno sólo cree, en definitiva, lo que de verdad cree en el fondo de su corazón ante Dios, no lo que oye decir a otros.
Para creer en Dios es necesario pasar de una fe pasiva, infantil, heredada, a una fe más propia y personal. Ésta es la primera pregunta: ¿Yo creo en Dios, o en aquellos que me hablan de Él?
En la fe no todo es igual. Hay que saber diferenciar lo que es esencial y lo que es accesorio, y, después de veinte siglos, hay mucho de accesorio en el cristianismo actual.
La fe del que confía de verdad en Dios está más allá de las palabras, Lo que define a un cristiano no es el ser virtuoso u observante, sino el vivir confiando en un Dios cercano por el que se siente amado sin condiciones. Ésta puede ser la segunda pregunta: ¿Confío en Dios o me quedo atrapado en otras cuestiones secundarias?
En la fe lo importante no es afirmar que uno cree en Dios, sino saber en qué Dios cree. Nada es más decisivo que la idea que cada uno se hace de Dios. Si creo en un Dios autoritario y justiciero, terminaré tratando de dominar y juzgar a todos. Si creo en un Dios que es amor y perdón, viviré amando y perdonando. Ésta puede ser la pregunta: ¿En qué Dios creo yo: en un Dios que responde a mis ambiciones e intereses o en el Dios vivo revelado en Jesucristo?
La fe, por otra parte, no es una especie de «capital» que recibimos en el bautismo y del que podemos disponer para el resto de la vida. La fe es una actitud viva que nos mantiene atentos a Dios, abiertos cada día a su misterio de cercanía y de amor a cada ser humano.
María es el mejor modelo de esta fe viva y confiada. La mujer que sabe escuchar a Dios en el fondo de su corazón y vive abierta a sus designios de salvación.
Su prima Isabel la alaba con estas palabras memorables: «¡Dichosa tú que has creído!»
Dichoso también tú si aprendes a creer. Es lo mejor que te puede suceder en la vida.
José Antonio Pagola
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